Parashá Vayera 5754
Génesis 18.1 - 22:24
30 octubre 1993 / 15 heshvan 5754
(Traductor: Victorino Cortés, victorino@redestb.es)

La circuncisión es el más antiguo de los rituales judíos y aún no ha 
perdido su fuerza. Cuando Abraham tenía noventa años, Dios le ordenó 
que "circuncidaréis la carne de vuestro prepucio, y esa será la señal del 
convenio entre Yo y tú. Y a lo largo de las generaciones, cada varón 
entre vosotros deberá ser circuncidado a los ocho días de su 
nacimiento (Gen. 17:11-12).". De acuerdo con esto, cuando Isaac nació 
diez años más tarde, Abraham lo circuncidó al octavo día (Gen. 21:4).

El rito no ha estado sin detractores y sin peligros. En la época de los 
Macabeos, los judíos que tenían muchas ganas de sobresalir en el 
mundo helenístico intentaron acabar con el precepto. Los romanos 
consideraban la circuncisión como una forma de castración, lo cual 
encontraban abominable, y negaron a los judíos el derecho de 
circuncidar a los conversos, restringiendo así los esfuerzos judíos de 
proselitismo. Entre los conversos en España y Portugal descubiertos 
por la Inquisición por preservar fragmentos de judaísmo en secreto se 
encontraban muchos que se atrevían a circuncidar a sus hijos o a sí 
mismos siendo adultos. Y en nuestros días los nazis miraban en busca 
de circuncisiones para identificar a los judíos, una pesadilla 
escalofriante evocada en la reciente película francesa "Europa, Europa". 

Tristemente, durante el siglo XIX muchos judíos instruidos llegaron a 
estar de acuerdo con los críticos del judaísmo en el hecho de que la 
circuncisión era un rito primitivo y debilitador que marcaba al judaísmo 
como algo indigno de ser admitido en una sociedad ilustrada. Como 
protesta ellos se negaron a someter a sus hijos a ésta y abrieron un 
fogoso debate sobre si los judíos no circuncidados eran realmente 
judíos, una interesante analogía con nuestro debate sobre quién es un 
judío. A pesar de la amplitud del rechazo, el judaísmo reformista nunca 
propuso desechar el rito. Aunque no es un sacramento que hace a uno 
judío, era algo demasiado importante para la conciencia judía y 
demasiado reverenciado por la sangre judía como para ser eliminado. 
Por el contrario, en América, por lo menos, los judíos han convencido a 
gran parte de la sociedad gentil para que adopte la circuncisión por 
motivos profilácticos. 

El interdicto bíblico de circuncidar cada hijo varón sorprendentemente 
se extendió más allá de la descendencia natural hasta "todo el que 
nazca en tu casa o el comprado con tu dinero debe ser circuncidado, y 
así mi Pacto será en vuestra carne por siempre (Gen.17:12-13).". La ley 
menciona una economía doméstica que descansa en el trabajo de los 
esclavos y de una casa ideal recelosa con la presencia de no israelitas. 
Por lo tanto, los esclavos gentiles tenían que ser convertidos, incluso 
sin convicción. Más tarde la ley judía mantuvo el requisito. A los 
propietarios de esclavos se les daban doce meses para circuncidar a 
sus esclavos o dejarlos libres, a no ser que el anterior propietario del 
esclavo estipulase en el contrato que el esclavo no podía ser convertido. 
En otras palabras, en los tiempos en los que los judíos aún tenían un 
papel prominente en la sociedad y en el comercio internacional de 
esclavos, como parece ser que sucedió en los primeros momentos de la 
edad media, trayendo esclavos paganos desde la Europa del Este hasta 
el califato musulmán y el Oeste cristiano, la ley judía aceptó la 
conversión al judaísmo por otros intereses.

La relevancia de este precedente de halaca con respecto al problema de 
los matrimonios mixtos en nuestros días es asombrosa. Para mi, convierte
en una burla hipócrita el argumento extremo de muchos lideres ortodoxos
de que la conversión al judaísmo es admisible sólo según los precedentes de
halaca cuando está inspirada por la fe y por el deseo de cumplir la totalidad
de la ley. La insistencia en convertir esclavos para proteger la unidad formal
de la casa judía sugiere otra cosa. En este punto la ley judía exhibe un grado
muy admirable de flexibilidad para acomodarse a la realidad económica. 

La complejidad de la situación del Judío americano no exige menos. Otros
intereses no descalifican según la halaca, el deseo de conversión. Donde sea
posible, la unidad formal del hogar judío debe ser preservada por una conversión
que proporcione al esposo no judío la posibilidad de una más profunda experiencia
de la fuerza y la belleza del judaísmo. Si se hace con paciencia y sensibilidad, un
rito de la vida que comienza como una mera formalidad podría muy bien acabar
como un asunto de fe. 

Para Abraham y sus descendientes, La circuncisión llegó a ser un signo del
convenio entre Dios e Israel. Pero, ¿hacia dónde apunta?. El rito en sí mismo
no es nuevo. Los egipcios y muchas otras naciones del antiguo Medio Oriente
lo practicaban, probablemente en la pubertad. La Torá lo adoptó, pero lo
trasladó justo a los días posteriores al nacimiento. 

La circuncisión es una afirmación sobre lo incompleto, incluso lo imperfecto
de la creación de Dios. La humanidad ha llevado ya una vez a Dios a casi
destruir todo en un arranque de exasperación. Pero no otra vez. Esta vez,
Dios eligió el camino pedagógico, una nación de profesores y modelos. El
mandamiento de circuncidar va inmediatamente después de la bendición a
Hagar de que su hijo Ismael "será indómito entre los hombres. Su mano
será contra todos y la mano de todos contra él (Gen. 16:12).”.

Para mi, la descendencia de Isaac debe ofrecer una alternativa más 
ennoblecida y más cercana a Dios con las pasiones más controladas. En su
estado natural el hombre es una criatura de pasiones excesivas. La circuncisión
es un acto de sumisión hacia un ideal más elevado que la mera supervivencia.
Es un acto de autodisciplino y una renuncia a los instintos primitivos. Al nacer
entramos en una sociedad cuyo propósito es “circuncidar el corazón”. Sólo en
este momento se completa el proceso de la creación. No hay que preguntarse
porque ha perdurado la ceremonia de la circuncisión ; abarca la esencia primaria
del judaísmo.

Shabat Shalom u-mevoráj

Ismar Schorsh