Parashá Vaieshev 5755
Génesis 37:1 - 40:23
26 noviembre 1994 / 23 kislev 5755
(Traductora : Alba Toscano, atoscano@arrakis.es)

Ben Zoma, un sabio del s. II e.c., murió tan joven que nunca recibió 
la apelación de “rabino”. Sin embargo su sabiduría superaba sus 
años. Como evidencia, ofrezco una sugestiva paradoja suya : 
“¿Quién es poderoso? ¡Él que conquista sus impulsos 
malvados !.” Qué opuesto a la cultura contemporánea de América 
del Norte donde la fuerza física y externa, se define como un rasgo 
de hombría, que se mide en un mundo competitivo. El joven Ben 
Zoma, por otra parte, define la fuerza como una cualidad interna 
de naturaleza moral, tanto para los hombres como para las 
mujeres. El verdadero reto de la vida no abarca la subyugación de 
los demás sino la de nosotros mismos. Auto-control es el epítome 
de la fuerza verdadera. Ben Zoma habló con el espíritu de los 
salmos y de nuestras oraciones diarias.

La experiencia que José tuvo en Egipto, nos revela un momento 
inconfundible de auto-control. El poder y el sexo se complementan 
a menudo. (Las revelaciones recientes de la lujuria insaciable de 
Mao Zedong por su médico particular de muchos años sólo 
relatan una historia excesiva, aunque bastante común, de la 
explotación de otros por hombres que detentan el poder).Vendido 
para ser esclavo en un país extranjero por sus celosos hermanos, 
José había mejorado su condición rápidamente como para dirigir 
el hogar de uno de los principales ministros del Faraón. Aunque estaba 
casado, Potifar, su dueño, era un eunuco (eiris paroh - Génesis 
39:1), el precio pagado por el honor de servir en los niveles más 
altos del gobierno. Con la supervisión de José, los terrenos de 
Potifar prosperaron y Potifar le otorgó a José su suma confianza 
y el control absoluto como gerente de todos sus asuntos. De hecho, 
José no era sólo capacitado y ambicioso, sino también de muy 
buen ver. La Torá no se avergüenza en relatar que : “José era de 
bella prestancia y de hermoso semblante (Génesis 39 : 6). ”.

La mujer de Potifar no tardó mucho en fijarse en el forastero 
excepcional que compartía su alrededor. Empezó a cortejarlo y 
seducirlo. No sabemos por cuanto tiempo insistió. La Torá tiende 
a resumir acontecimientos. Sin embargo está claro que las 
circunstancias del trabajo de José habían tomado un giro 
dramático. La esposa del ministro le ofreció placeres con 
impunidad y el fin de su mutua soledad. Pero José resistió, día 
tras día. No quería traicionar la confianza de su dueño ni ofender 
a Dios. Nos asombra su virtud y auto-control.

Pero el midrash profundiza más. Se percata de la agitación que 
yace por debajo de la tranquila superficie del texto. Cuando José 
vuelve al mediodía a la casa a sabiendas de que no había nadie 
salvo la esposa del dueño, el midrash siente que José pasa por un 
momento de debilidad. No había venido a trabajar sino a 
divertirse. Los asuntos oficiales eran sólo un pretexto. Sabía que el 
día era una fiesta nacional y que todo el mundo habría acudido al 
templo local.

José había decidido rendirse y encontró que el objeto de sus deseos 
le esperaba. Solamente en el último momento recupera su 
primaria resolución y se retira rápidamente dejando en su estela a 
la mujer rechazada, sin nombre para nosotros, que está 
determinada a destruirlo con la venganza. La prenda abandonada 
que cuelga de su mano da fe, según el midrash, de una complicidad 
por parte de José.

El midrash no nos deja buscar a tientas lo que atizó el repentino 
reverso en las pretensiones de José. Atisbó en su imaginación, la 
imagen de su padre. ¡Qué toque tan profundamente humano !. La 
memoria de su padre le salvó de cometer un acto que, en un 
momento más lúcido, él sabe que es aborrecible. Como el midrash 
sugiere, José era consciente desde hacia mucho tiempo de que 
según la Torá, la prohibición del adulterio era un estándar de 
comportamiento universal.

Yo propongo que para José, Iacov personificó lo sagrado y esto es 
el fin de la tarea de ser padres. Como padres tenemos que ser algo 
más que suministradores de alimentos, o figuras de autoridad, o 
amigos, o fuentes de la sabiduría, o donantes de consuelo a 
nuestros hijos. También debemos imbuirlos con un sentido de lo 
sagrado con el que podrán encender su propia chispa divina y 
permitirles ver lo sagrado en lo vulgar. Cuando bendecimos a 
nuestros hijos los viernes por la tarde o durante una comida 
festiva con las antiguas bendiciones de los sacerdotes, se nos 
convierte momentáneamente en una fuente de santidad para 
nuestros hijos. No es una tarea que debamos delegar a los que son 
más piadosos o eruditos que nosotros, sino que debemos 
empeñarnos en hacerlo desde sus más tiernos años hasta mucho 
tiempo después de que hayan llegado a la madurez. Mi padre 
pronunció las bendiciones de los sacerdotes a mi hermana y a mi 
mucho después de que estuvimos casados y con hijos propios. La 
tierna santidad de aquellos momentos nunca me ha abandonado y 
he tratado de trasmitirla a mis hijos.

El rito nos permite pronunciar en voz alta valores primordiales. 
Cada cual precisa de un sentido de santidad para navegar a través 
de la oprimente y ubicua banalidad de nuestras vidas. La 
moralidad sólo significa algo si está basada en Dios. ¿Qué guiará a 
nuestra prole cuando llegue a las encrucijadas críticas de sus vidas 
si hemos fracasado en legarles una apreciación hacia lo sagrado ? 
¿Destellará nuestra imagen en la pantalla de su conciencia como la 
de Iacov cuando José pasó por su crisis moral? El poner las manos 
en las cabezas de nuestros deudos y recitar las bendiciones con 
calma, les ayudará a saborear lo santificado. La santidad de la 
cena de shabat nos une con nuestros hijos en presencia de Dios y 
les fortalece a través de sus vidas.

Shabat shalom u-mevoraj

Ishmar Schorsch