Parashá Bereshit 5754
Génesis 1:1- 6:8
9 octubre 1993 / 24 tishri 5754
(Traductor: Jorge Ayora)

¡De regreso al comienzo! Sin perder el paso nos vamos desde la 
muerte de Moisés de vuelta a la historia de la creación. Israel gira 
alrededor de la Torá como la tierra lo hace con el sol, con Simját 
Torá como punto que marca el término de un ciclo y el inicio de otro. 
A partir de esta luz tomamos nuestra sabiduría, nuestra identidad, 
nuestra cohesión como pueblo. El escuchar su lectura 
semanalmente en la sinagoga es mantener viva la experiencia del 
Sinaí. Pero necesitamos prepararnos, de otro modo el poder de este 
evento nos eludirá. Más aún, el estudio de la parashá debiera ser la 
currícula religiosa de nuestra semana.

Encuentro en este capítulo de apertura de la Torá un tesoro del 
monoteísmo bíblico. No se desperdician palabras acerca de la 
biografía o apariencia de Dios. En este recuento austero, como en 
toda la Biblia, Dios es un verbo y no un sustantivo. Llegamos a 
conocer a Dios sólo a través de sus acciones. La creación es 
cambiada por efecto de la palabra hablada de un ser supremo y 
omnipotente. Como los rabinos observaron, tomó diez mandatos 
divinos para convertir el caos en cosmos (la frase "y Dios habló" 
aparece 10 veces en el capítulo). En verdad uno de los nombres 
que ellos eventualmente le atribuyen a Dios conmemora el triunfo de 
la creación : "Bendito el que habló y el mundo existió", y es al 
invocar este nombre indirecto que damos inicio al servicio de 
shajarít cada mañana. El monoteísmo nos niega el engañoso 
consuelo de atribuir imagen a Dios, cuya grandeza desafía nuestra 
capacidad de representar o entender, aunque seguramente 
sentimos la presencia de Dios y su interés por nosotros. En el 
espíritu del bereshít, nuestro sidur habla de Dios en términos de 
acción en vez de existencia.

Sin embargo, el verdadero foco de la historia de la creación no es 
Dios sino el hombre. Debido a tan profundo interés en este aspecto 
es por lo que la Torá nos proporciona dos historias distintas y conflictivas 
acerca de los orígenes de Adán. Los capítulos uno y dos del 
Génesis, al ser yuxtapuestos, nos presentan dos diferentes 
concepciones de la naturaleza humana. Creado el sexto día, Adán-
uno culmina la jerarquía de los seres vivientes. Es dotado con la 
imagen y semejanza de Dios, totalmente pleno, si no perfecto. 
Ingresa al mundo como vegetariano, con una compañera a su lado y 
el mandato de ejercitar dominio sobre el planeta. Es un retrato que 
resalta las cualidades de semejanza divina, de la humanidad, orden y 
éxtasis de existencia.

No ocurre así con el capítulo dos, donde la creación del hombre 
llega a su mismo comienzo. Adán-dos es difícilmente semejante a 
su contraparte del relato anterior. El texto no hace mención de la 
cualidad de ser imagen y semejanza de Dios. Por el contrario, 
enfatiza que es frágil e incompleto. Adán-dos es un montón de 
arcilla animado por el aliento de Dios. Su dominio no es el mundo, 
sino el jardín del Edén el cual él sólo va a labrar y cuidar. Está 
instruido específicamente a no comer del "árbol del conocimiento 
del bien y del mal". Lo que es más, Adán-dos está sólo, sin pareja ni 
compañera. A diferencia de Adán-uno, no es ni autosuficiente, ni 
todopoderoso ni es un parangón de virtud. En Adán-dos comenzamos 
a reconocernos a nosotros mismos.

La Torá se abre con dos retratos de la humanidad porque uno sería 
totalmente inadecuado. Opera como un estereoscopio en donde dos 
vistas de la misma escena son mezcladas en una escena 
tridimensional. Ni Adán-uno ni Adán-dos solos harían justicia a la 
complejidad de la naturaleza humana. Adán-dos es el material de la 
historia humana. Su debilidad introduce el factor dinámico que 
desenreda la estabilidad de la creación. Adán-dos se pone molesto 
ante la posibilidad de restricciones divinas. En rebelión contra Dios, 
produce cambios y desorden en su entorno.

Pero necesitamos que Adán-uno nos recuerde la extraordinaria 
nobleza de la naturaleza humana. Estamos innegablemente 
agraciados por instantes de creatividad y grandeza que expresan 
nuestra singularidad a semejanza de Dios y que nos llevan a ser 
"poco menos que los ángeles". Somos criaturas compuestas en 
busca de pureza. Si Adán-dos evidencia la lucha diaria en contra de 
nuestros instintos inferiores, Adán-uno nos ofrece un vislumbre de 
nuestra naturaleza noble, de un potencial mesiánico, que algún día, 
con la ayuda de Dios, restaurará el mundo a su prístina belleza y 
orden primigenio.

Un buen midrash señala la misma verdad. Cuando Dios se dispuso 
a crear el universo, Rabí Shimmon Ben Halafta nos dice, Dios 
estuvo determinado a llevar la armonía a la tierra y a los cielos sin 
mostrar favoritismo. Así el primer día, Dios hizo algo para ambos, tal 
como dice: "Cuando Dios comenzó a crear los cielos y la tierra.". El 
segundo día, comenzó el trabajo en los cielos, tal como dice: "Haya 
expansión en medio de las aguas que se separen las aguas de las 
aguas.". Al tercer día, Dios trabajó en la tierra, tal como dice: "Que 
las aguas bajo el cielo se junten en un lugar, para que aparezca la 
tierra seca.". Al cuarto día, regresamos a los cielos, tal como dice: 
"Que haya luces en la expansión de los cielos que separen el día de 
la noche.". Al quinto, de nuevo en la tierra, tal como dice: "Produzcan 
las aguas multitud de seres vivientes.".

Pero ¿Qué tenía Dios que hacer con Adán, que iba a ser creado el 
sexto día? Si lo hiciera con material etéreo o terrestre 
exclusivamente, Dios rompería el equilibrio y armonía de su obra. Es 
por esta razón que Dios decidió hacer la humanidad con una 
medida de material tomada de ambos, cómo está escrito: "El Señor 
formó al hombre del polvo de la tierra, y Dios sopló en sus narices 
aliento de vida (Génesis : 2:7).”.

Junto con esta exquisita muestra de exégesis, el midrash hace 
alusión a la imperfección estructural en la creación de Dios - una 
criatura compuesta ambivalente capaz de tomar uno u otro de los 
dos caminos. Para preservar el balance de la creación, Dios la 
culminó con especies inherentemente desequilibradas. Algunas 
veces terminamos haciendo lo opuesto de lo que intentamos. La 
Historia es el banco de trabajo en el cual Dios y la humanidad han 
trabajado siempre para completar la creación.

Ismar Schorsch