Parashá Quedoshim 5757
Levítico 19:1 - 20:17
10 mayo 1997 / 3 iyar 5757
(Traductora: Lucía Juéz Pérez, aljuez@burgos.net)

Desde nuestro apartamento en el Upper West Side de Manhattan, disfrutamos de una gloriosa vista del Riverside Park y más allá el Río Hudson. De la noche a la mañana, los árboles han puesto una vez más una espléndida bóveda de hojas verdes. Lejos queda el monótono ropaje del invierno. La vida ha vuelto a surgir con vigor irreprimible y apabullada belleza. Cada año me maravillo ante la rapidez del cambio del paisaje.

No es casualidad que el Libro de Proverbios hable de sabiduría (Prov. 3:13-18) y más tarde los Rabinos de la Torá como de un Arbol de la Vida para aquellos que la abrazan. La experiencia personal da fe de que no hay un símbolo más conmovedor de la continuidad y renovación en toda la naturaleza! Asimismo, cuando el salmista busca una metáfora para la piedad pura, compara a la persona entregada a las enseñanzas de Dios con "un árbol plantado por corrientes de agua, que trae su fruto a su debido tiempo y cuyas hojas no se marchitan, y en todo lo que hace prospera (Salmos 1:3)". La menora en el Tabernáculo y el Templo con toda probabilidad simboliza un árbol. Se vuelve emblemática para el Judaísmo en el mundo grecorromano, adornando tanto el suelo de una sinagoga como un sarcófago privado y el Arca de Tito en Roma.

Plantar árboles está entre los tópicos recogidos en nuestra increíblemente rica parashá de esta semana. Se nos enseña: "Cuando entres en la tierra y plantes un árbol para alimentarte, considerarás su fruta como prohibida. Tres años estará prohibida para ti, sin poder comerse. En el cuarto año toda su fruta será puesta ante el Señor como ofrenda jubilosa; y sólo en el quinto año puede que utilices su fruta para aumentar su producto para vosotros: Yo soy el Señor, tu Dios (Levítico 19:23-25).".

Aún recuerdo claramente plantando viñas en Hanaton, el kibutz conservador en la Baja Galilea, algunos años atrás. Según colocábamos cuidadosamente cada esqueje en el suelo y lo regábamos, hablábamos animadamente sobre las leyes de orlah, que es la prohibición de obtener beneficio de cualquier cultivo en los primeros cuatro años. El Talmud limita la regulación para árboles y vides cultivados en la tierra de Israel. Lo que se cosecha en el cuarto año es tratado como una ofrenda de los primeros frutos a Dios.

Lo que me interesa de momento es, sin embargo, lo que el midrash hizo con este pasaje. En la Torá el énfasis está en la fruta prohibida. En el midrash, la atención salta a la obligación de plantar árboles. De hecho, no hay un mandamiento específico para cubrir la tierra con árboles a la manera del Jewish National Fund (Fondo Nacional Judío). Pero esa es la lección que el midrash extrae de la secuencia de hechos mencionados en la Torá: Dios nos ha cuidado amorosamente en el desierto, procurándonos alimento y agua, protegiéndonos bajo nubes y guiándonos por medio de una columna de humo. Una vez que entremos en la tierra prometida, sin embargo, dependeremos de nuestros propios recursos. Cada uno debe tomar una azada y plantar. Nuestro período de gestación ha acabado. Cruzar el Jordán es adquirir responsabilidad. Por lo tanto, se comprende que la Torá diga: "Cuando entres en la tierra, debes plantar árboles para alimentarte".

Lo que es un esfuerzo para los humanos, resulta natural para los animales. Preferimos la dependencia. El midrash comenta sobre el verso de Job: "¿Quién ha dado comprensión al gallo (Job 38:36)?" que es también el texto para la primera de las bendiciones en el servicio de la mañana. La sabiduría está codificada en la Naturaleza por Dios. Tomando la palabra sekhvi como gallina en vez de gallo, el midrash describe una escena de corral común. La gallina junta sus diminutos polluelos debajo de sus alas, los calienta y los guía. Pero una vez que han crecido, basta que uno intente volver y la gallina picoteará su cabeza, diciendo que se busque su propia comida.

Para llevar a cabo la lectura de su extendido texto, el midrash convierte las normas en narración. La conquista de Canaán no sólo requiere de nosotros trabajar la tierra, también nos impone las obligaciones de administrarla de forma responsable. Se espera de nosotros que preservemos sus recursos de vida sostenible sin agotarlos para nuestros hijos. Encontramos la tierra cubierta de árboles plantados por otros cuando entramos en ella, dice el midrash, y así es como se supone que la debemos legar. Nadie puede decir que es demasiado viejo para no preocuparse del bienestar de la próxima generación.

Y luego el midrash se refiere al emperador romano Adriano, quien una vez pasó por Palestina en su camino a la guerra en el este, y se encontró con un anciano plantando higueras. La visión de tal altruismo impulsó al emperador a preguntar al hombre sus motivos. "Mi señor, el rey", dijo el hombre, "me preocupo de plantar porque si lo merezco, yo mismo comerá de los frutos de mi labor. Y si no, mis hijos lo harán". Tres años después, Adriano volvió a aquel mismo sitio en Palestina para ser recibido por el anciano granjero con una cesta llena de higos frescos. Le recordó al emperador su conversación previa y le dio los higos. Impresionado por la falta de egocentrismo de aquel hombre, Adriano devolvió la cesta llena de monedas romanas de oro.

El midrash reitera su lección: No permitir que nadie deje de plantar. Campos llenos de árboles nos recibieron al nacer y deberíamos incrementar su número incluso en edad madura. Ya que Dios ya nos ha enseñado mediante el ejemplo que la ganancia personal es una base demasiado estrecha para el comportamiento humano, como está escrito, "El Señor Dios plantó un jardín en el Edén, en el este (Génesis 2:8)", seguramente para beneficio humano, sin ningún pensamiento egoísta.

Así que, en el medio de una parashá que nos enseña como relacionarnos con la familia, los humanos (nativos y extranjeros) y Dios, el midrash aún añade una cuarta dimensión: nuestro tratamiento del hábitat en el que vivimos. El midrash resuena con una ética medioambiental reforzada por el idioma. En Hebreo rabínico la palabra "brotes", netiot (de la raíz "plantar") toma un significado metafórico de "niños". La convergencia de significados nos ayuda a movernos más allá de nosotros mismos, o mejor, a vernos en lo que yace más allá de nosotros. A pesar de toda nuestra sabiduría y consciencia, los humanos no están dotados de mucha capacidad para ver más allá. Las consecuencias a largo plazo de nuestras acciones raramente entran en los cálculos de nuestras decisiones. Así, la superposición de significados de netiot, los sutiles matices del lenguaje, lanzan un amable recordatorio para pensar en nuestros hijos según vamos invadiendo y subordinando al mundo natural para nuestra propia, inmediata y exclusiva gratificación.

Shabat shalom u-mevorá,

Ishmar Schorsch