Parashá Mishpatim 5755
Éxodo 21:1 - 24:10
28 énero 1995 / 27 shvat 5755
(Traductor: José Demetrio Guerra Sánchez, demetrio-
guerra@usa.net)

A finales de agosto de 1993, me uní a un grupo de 
aproximadamente 100 líderes religiosos de tendencia moderada 
que fueron invitados a un desayuno con el Presidente y la Primera 
Dama en la Casa Blanca. Para mí, lo más excitante del evento, fue 
la buena suerte de haberme sentado en la misma mesa que el 
Presidente. 

Él trajo consigo una copia del libro más reciente de Stephen L. 
Carter titulado “La Cultura del No-Creer”. Durante el desayuno, 
el Presidente me adelantó algo de lo que diría más tarde a todos 
sus otros huéspedes: Los diferentes problemas sociales exigían la 
atención de los líderes religiosos, siempre con la idea de que ellos 
no tienen el monopolio de la verdad en sus manos. Le comenté 
que yo pensaba que el señor Carter afirmaba que eran 
precisamente los excesos del movimiento pro-vida, en el debate 
sobre el tema del aborto, lo que había desencantado a tantos 
liberales sobre la presencia de la religión en la vida pública.

El Presidente respondió extensamente basándose en la decisión 
judicial del caso Roe contra Wade, en el que el Tribunal Supremo 
reconoció en 1973 como un derecho a la privacidad de la mujer el 
terminar con un embarazo no deseado. Veinte años atrás, cuando 
era un joven profesor de derecho, el señor Clinton había pasado 
semanas estudiando este caso con sus estudiantes. Para él, se 
trataba de un problema clásico que llevaba a la pregunta: 
¿Cuándo empieza la vida?. La ausencia de un consenso 
religioso había forzado a la Corte a llegar a la siguiente solución 
científica y de sentido común: Mientras el feto no se considere 
viable, hasta la semana número 24 del embarazo, el Estado no 
puede restringir los derechos a la privacidad de la mujer y su 
libertad acerca de la reproducción.

El conocimiento y la elocuencia de los comentarios del Presidente 
me impresionaron. Había tocado un tema que potencialmente 
podría causar daño. Y efectivamente, Roe contra Wade era un 
buen ejemplo para explicar el difícil equilibrio que buscaba. 
Dentro de este argumento, la trascendencia del bienestar social era 
más importante que el propio desacuerdo dentro del sector 
religioso, aunque el público da la bienvenida a comentarios del 
mismo, pero siempre y cuando estén limitados por el sentido de 
falibilidad humana. Estábamos sentados en el “State Dining 
Room”, justo a la izquierda del impresionante retrato de Abraham 
Lincoln pintado por George Healy, en el que aparece sentado 
hacia adelante en actitud de prestar atención. No pude evitar el 
recordar las punzantes palabras de su segundo discurso 
inaugural: “Ambos (el Norte y el Sur) leen la misma Biblia y 
rezan al mismo Dios; y cada uno invoca su ayuda en contra del 
otro.”.

La parashá de esta semana me recuerda este episodio porque 
contiene el punto de vista judío en esta pregunta tan difícil de saber, 
cuándo empieza la vida. La Torá contiene la siguiente norma: 
“Cuando contendieren hombres y golpearen a una mujer encinta 
y nacieren sus hijos prematuramente, mas no ocurriere daño 
mortal, castigar habrá de ser castigado como lo impusiere sobre él, 
el esposo de la mujer; mas deberá pagar por mandato de los 
jueces. Empero si daño mortal hubiere, compensarás vida por vida 
(Éxodo 21 :22-23).”.

Aunque este texto parezca prosaico, su significado se refiere 
directamente a la controversia más destructiva en la sociedad 
americana de nuestros días. Nos encontramos ante el caso de un 
daño involuntario, en el que una mujer se ha acercado demasiado 
a una pelea. Si ella pierde al niño, pero no sufre algún otro daño 
físico, la pena por tal acto es únicamente una compensación 
monetaria para el marido, según lo haya determinado el tribunal. 
Lo que es particularmente evidente es el carácter más leve de la 
pena cuando muere el feto. La Torá no aplica la resonante frase de 
“vida por vida (Nefesh tajat nafesh)”, cuando ocurre un aborto, 
sino únicamente cuando la madre muere. Queda claro que la Torá 
considera que el feto no es una persona. No existe, pues, la 
posibilidad de una sentencia de muerte, sino sólo de una 
restitución monetaria cuando se produce un aborto.

La ley rabínica sostiene el mismo principio de que la vida 
comienza en el nacimiento. La Mishná toca una tragedia 
demasiado común antes del advenimiento de la medicina 
moderna: “Si una mujer tiene dificultad durante el parto, se le 
permitirá cortar al niño dentro de su bolsa y sacarlo parte por 
parte, porque la vida de ella es más importante. Si el niño está 
fuera en su mayor parte, no deberá ser tocado, porque una vida no 
debe tomarse para salvar otra.”. Es muy interesante conocer cómo 
la Mishná usa específicamente la palabra bíblica “vida, nefesh”, 
para prohibir cualquier procedimiento que pudiera resultar fatal 
para el niño.

Rashi, el primer comentarista del Talmud, articula desde el extremo
opuesto el principio que opera tanto en la Torá como en la Mishná : 
“Mientras no haya salido al mundo no es llamado un ser viviente 
y se permite tomar su vida para salvar la de su madre. Una vez la 
cabeza haya aparecido no se puede herir porque está considerado 
nacido y una vida no puede tomarse para salvar otra.”. 
Apoyándose en esas fuentes clásicas y en la investigación de otras 
opiniones rabínicas posteriores, el Rabino Isaac Klein, líder en las 
decisiones del judaísmo conservador, concluyó en 1959 que 
aunque el aborto sea moralmente equivocado, se puede realizar 
por razones terapéuticas tanto de naturaleza física como mental 
(Isaac Klein, “Aborto”, Respuestas y Estudios en la Ley Judía, 
1975, páginas 27-33).

La posición extremista e inflexible de la Iglesia Católica en el tema 
del aborto se presenta con un marcado contraste ante el 
pragmatismo judío. Me refiero al Nuevo Catecismo de la Iglesia 
Católica, el primero en 400 años, que me regaló la 
primavera pasada el Cardenal Bernard Law de Boston, quien, 
espantado por el alboroto provocado el 30 de diciembre de 1994 
por John C. Salvi III, en dos clínicas de Brookline, en donde mató a 
dos personas e hirió a otras siete, pidió de la siguiente manera el 
cese de toda demostración pública en las clínicas de aborto: “La 
vida humana debe ser respetada y protegida absolutamente desde 
el momento de su concepción. Desde el primer momento de su 
existencia un ser humano debe ser reconocido como persona con 
derechos, entre los cuales se encuentra la garantía inviolable a la 
vida de todo inocente (página 547).”. Vale la pena hacer notar que 
mientras el judaísmo deriva su punto de vista de la parte legal de 
la Torá, la Iglesia cita dos poéticos pasajes de Jeremías (1:5) y 
Salmos (CXXXIX:15) para basar sus argumentos en las escrituras. 
El punto de vista jurídico es menos susceptible a los excesos 
apocalípticos.

El derecho a tener un aborto legal y seguro no obliga a que 
alguien haga uso de él. Nosotros no penalizamos la venta de 
cigarros o de bebidas alcohólicas, aunque ambas contribuyen 
directamente a la muerte de muchos cientos de miles de 
adolescentes y adultos americanos cada año. La autonomía del 
individuo, el mayor bien de la democracia, puede ser extirpada 
únicamente si convertimos a nuestro gobierno en un duro dictador 
de la educación moral. El Magistrado Oliver Wendell Holmes 
observó que: “Una página en la historia vale lo mismo que un 
volumen de lógica.”. Seguramente esa página podría enseñar que 
la moral trabaja mejor de abajo hacia arriba.

Shabat shalom u-mevoráj, 

Ishmar Schorsch