Parashá Bejukotai 5755
Levítico 26 :3 - 27 : 4
27 mayo 1995 / 27 iyar 5755
(Traductora: Alba Toscano)

Desde el punto de vista mesiánico de una sociedad en la que está 
guardada la igualdad económica para todos, descendemos al tópico 
de subvencionar el santuario. El libro del Levítico acaba igual que 
empieza, es decir, con el Tabernáculo como una institución sagrada 
que precisa de una manutención anual ; un asunto con el que 
simpatizo. Sin más ni más puedo testificar que lo sagrado carece de 
la destreza de sostenerse a sí mismo. Todo depende del compromiso 
y la generosidad de muchos que se respaldan mutuamente y que 
aprecian el valor único del Tabernáculo.

Así, el Levítico acaba prosaicamente con un capítulo dedicado a los 
regalos voluntarios que la gente pueda tender al mismo. Lo que 
nunca deja de impresionarme es la manera en que aquellos regalos 
llegan a su destino sin ser solicitados. No hace falta un gran ejército 
de recaudadores de fondos. El dinero fluye al Tabernáculo de 
manera espontánea y constante de los que quieren embellecer sus 
vidas con un toque de lo sagrado. ¡El sacerdote no ha de ser un gran 
estratega para la búsqueda de sustento!.

A menudo proporcionamos los regalos caritativos en múltiplos de 18, 
es decir, el número que equivale a la palabra hebrea jai , “estar vivo”. 
El número implica una sorda plegaria para la vida, un pellizco de 
nosotros que damos a cambio de un poco más de tiempo, que es el 
concepto sobre el que se explaya el último capítulo del Levítico. Se 
asigna a las personas equivalentes económicos : un hombre entre 20 
- 60 años de edad vale 50 sheklim ; una mujer de la misma edad vale 
30 sheklim. A partir de 60 años de edad, el valor de un hombre se 
rebaja a 15 sheklim y el de una mujer a 10 sheklim. Las promesas de 
donativos al Tabernáculo se hicieron según esta escala : “Cuando 
alguien explícitamente compromete el equivalente de un ser humano 
al Señor, se aplicará la siguiente escala... (Levítico 27 :2).”. El regalo 
es literalmente un acto de autosacrificio que permite la sustitución en 
un equivalente monetario. Buscamos los favores de Dios al ofrecer 
simbólicamente lo que codiciamos más : nosotros mismos.

Sé lo que llamará la atención del lector inmediatamente : el valor de 
un hombre supera al de una mujer tal como ocurre hoy en día a la 
hora de retribuir a uno u otro por el mismo trabajo. Sin embargo no 
quiero detenerme e indagar mucho en este punto sino sólo comentar 
que no hay nada sorprendente en la diferencia que en la antigüedad 
donde la producción fue mayoritariamente una cuestión de fuerza 
bruta, se daba al hombre o mujer. Lo que sí llama la atención es el 
hecho de que en la vejez, el valor para una mujer declina más 
lentamente que para un hombre. Después de los 60, el valor de una 
mujer se rebaja a la tercera parte (de 30 a 10 sheklim), mientras el 
de un hombre a menos de la tercera parte (de 50 a 15). En otras 
palabras, la Torá considera que los años hacen menos estragos en 
las mujeres que en los hombres. Siglos más tarde, el Talmud 
confirmó la perspicaz observación con un proverbio acérbico : “Un 
abuelo en casa es un estorbo, una abuela un tesoro.”.

Mientras la civilización moderna ha prolongado la expectativa de vida 
más allá de lo creíble, el patrón básico del envejecimiento destaca 
por no haber cambiado en absoluto. Al parecer la mayor longevidad 
ha exacerbado las diferencias entre los sexos. Uno de los libros más 
sabios que haya leído acerca del asunto es “Number Our Days 
(Contar nuestros días)” de Barbara Myerhoff. El título es un eco del 
verso sacado de los Salmos (90 :12), “Enseñanos pues a contar 
nuestros días para que podamos lograr un corazón sabio...”, y encaja 
perfectamente con su intento de sondear como los ancianos hacen 
frente a la tarea de envejecer. Una obra maestra de antropología y 
amor, el libro es una investigación magistral y conmovedora, aún 
más por la muerte prematura de cáncer de su clarividente autora, 
poco después de la edición del libro.

El objeto de su exhaustiva y afectuosa investigación son los ancianos 
miembros de un minúsculo y miserable centro social judío, no más 
grande que una pequeña sala, en la comunidad costera de Venice, 
California (EEUU). Todos proceden de Europa del Este donde 
recibieron su formación infantil en los ghettos, con su vocabulario y 
valores tan singulares. Todos son padres de niños que han tenido 
éxito social y económico y que se han mudado demasiado lejos y 
están demasiado ocupados para hacerles mucho caso. La conclusión 
ineludible de la investigación es el éxito extraordinario que las 
mujeres han conseguido al rellenar sus limitadas y solitarias vidas a 
un nivel suficientemente profundo para adueñarse del proceso del 
envejecimiento. En resumen Meyerhoff escribe : “Tomados en grupo, 
los hombres parecían más desgastados y desmoralizados que las 
mujeres... La mayoría de los hombres actuaron más callados, 
inseguros y más tristes que enfadados en comparación con la 
vitalidad y fuerza de las mujeres... Los hombres se aislaron los unos 
del otros ; y, fueron dominados y apagados cuando se enfrentaron al 
mayor número y vitalidad intensa de las mujeres.”.

Los pocos esbozos bíblicos sobre ancianos confirman la percepción 
de que los hombres se mantienen peor en el crepúsculo de su vida. 
Ni Isaac ni David fueron modelos de vigor, sabiduría o decision. No 
hay porque pensar que Rebeca le lleva menos años a Isaac. Sin 
embargo, al contrario que él, ella continúa tomando un papel 
importante en el destino de su familia. Al final, David, desafortunado y 
rendido, se redime con un sólo lúcido consejo a su hijo, Salomón: 
“Acabo como todo acaba en la tierra ; sé fuerte y muéstrate un 
hombre (I Reyes 2:2).”. Sólo Moisés está bendecido hasta la muerte 
con los dones de la lucidez y vigor corporal sin disminución.

Sospecho que la diferencia en como se enfrentan hombres y mujeres 
a la adversidad del envejecimiento tiene tanto que ver con cómo unos 
y otras se aprovechan de su juventud como con la biología. El 
sentido de la vida de un hombre sale principalmente del papel que 
juega en público donde trabaja y lucha para sostener a su familia y 
abrirse un hueco para sí mismo en su oficio. Cuando su dominio 
declina o se pierde, hay un riesgo de que sufrirá un declive paralelo 
en el sentido de su vida, su amor propio y su estimulación mental.

Por lo menos hasta hace muy poco, el significado de la vida de las 
mujeres procedía de la casa y hogar donde criaban, atendían, 
educaban y socializaban con sus parientes y los miembros de su 
familia. Dado que su sentido de amor propio no dependía de la 
conquista del mundo exterior, se ahorraban el desgaste y daño que 
el vuelo de los años infligió a sus esposos metidos en el mundo 
público. Como Meyerhoff observó : “El adagio : ‘La tarea de una 
mujer nunca se acaba’, no sólo llama la atención sobre la continuidad 
de las tareas cotidianas sino también se refiere a la continuidad tras 
una vida entera.”. Obviamente, las mujeres de su obra, para quien la 
familia es un manantial eterno de vida y fuerza, deben ser 
consideradas como patrones para nuestros propios años de 
jubilación.

En resumen, ser útil y querido es una bendición que puede mantener 
la desesperación lejos de nosotros. Tal vez, el significado más 
profundo que podemos sacar de las palabras que pronunciamos en 
hebreo en la sinagoga cuando terminamos la lectura de un libro de la 
Torá, tal como haremos este shabat, es : “Sé fuerte. Sé fuerte. 
Intentemos fortalecernos el uno al otro.”. ¿Cómo ? Compartamos 
nuestras necesidades y permitamos que sean una fuente de 
significado para el otro.

Shabat shalom u-mevoraj,

Ismar Schorsch

La publicación y distribución de los comentarios de los Parashá Ha-
Shavua de Dr. Schorsch han sido posibles por la colaboración 
generosa de Rita Dee y Harold Hassenfeld.